Marga Iglesias des de Guayaquil

Guayaquil





Llevamos un día en Ecuador. El viaje ha ido bien. Yo no dejé de dormir en todo el vuelo. Mi garganta estaba rota. Maria estaba dormida. Nacho, como siempre, con energía desbordada. El barrio de la Perimetral donde llegamos era cutre y la suciedad llenaba los bordes de la carretera y de nuestra maltrecha calle de tierra. Pero lo peor fue entrar en la casa que nos habían asignado y comprobar que llevaba años cerrada. Las paredes, el suelo, los muebles... todo tenía un aspecto deplorable y estaba lleno de polvo. Había habido inundaciones y los insectos se escapaban sobresaltados a medida que la espantada Dora iba abriendo las luces. De noche, cansados después de un día que había comenzado hacia veinte horas, nos habilitamos un mínimo lugar para descansar en unos colchones que por suerte nos habían dejado en la sala y que estaban por estrenar. Algunos, desanimados, pensaban ya en buscar otra vivienda al día siguiente porque veían imposible convivir trece personas en esas condiciones durante tres semanas.

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